viernes, 15 de junio de 2012

Habla



Se secó el pozo y no carga la adrenalina.
Por no quedar no queda ni insomnio, y el aire se vuelve áspero.
Los pies se deslizan entre aspersores mal colocados.
La hiedra se engancha en tobillos, muñecas, pestañas.
Pestañas de acero contra el sol cabrón de la media tarde estival.
Hundir la cabeza en la almohada, y dejar de respirar.
Contraluz, sangre, vuelta a lo primigenio.
Barajar la posibilidad de barrer callejones estrechos y volver cada noche a la cueva a morir de un ataque de onanismo desenfrenado.
Quedarse dormido, sentir el pánico y el gusto de no poder moverse, y autozarandearse... y gritarse el nombre de uno mismo en el oído.
Estúpido todo, y toda la llana estupidez.

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