viernes, 12 de octubre de 2012

Pire


A Nancy Fawles se le corría la tinta por el descuido de pasar la mano por el papel aún húmedo.
A Candy se le desbordaban palabras que comprendería días después con telarañas en el pecho arrullada por el autobús y bajo un sol decididamente otoñal.
Nancy mojaba el pincel en su boca por no moverse del suelo y dejar escapar lo que salía a borbotones de sus pequeñas manos.
Candy... dudaba. En medio de un cruce de cien caminos; donde como mínimo, querría tomar doscientos. Llovía dentro y fuera. Sobre su cerebro al descubierto y sobre su piel cubierta de miedo hecho vello erizado. Y fuera de esa lluvia, atardecía como nunca había atardecido el mundo.

Las cosas habían llegado a un punto de no retorno en el que todo era posible multiplicado por millones de veces. Candy se ahogaba dentro del ascensor, que no sabía ya si subía bajaba, o no se movía en absoluto. Nancy aún estaba peligrosamente a salvo, pero no por mucho tiempo.