viernes, 29 de julio de 2011

Ruido ovino


No había reloj, sólo había luna. Luna y calor, calor que conllevaba un sudor que no sabía ya si era frío o caliente. Con un golpe seco se le ocurrió encender la radio, no buscó emisora pues cualquier cosa sonaría endiabladamente casposa y lo sabía. Con la misma sequedad y de golpe se dejó caer en la cama, deshecha desde hacía días o semanas. La deprimente calidad de las melodías o la mala sintonización, algo, la llenó de tristeza. Se hizo un ovillo y se perdió en el ruido blanco con la vista fija en sus pies.


Sabía que no era bucólico. Por eso sabía que el pastor siempre se follaba a la oveja más débil. Si no daba lana, tenía que dar otra cosa. Sabía que no era bucólico pues aún no había aprendido a silbar. Con veintidós años no tenía ni batallas perdidas, ni trofeos en la piel, ni un hueso roto, siquiera. Por eso no sabía qué hacer, si seguir así, o decidirse a secuestrar una nube para hacer un simulacro de idilio intelectual.

domingo, 24 de julio de 2011

Charco



Al otro lado del Pacífico
yo me derrito y me solidifico
como perlas de sudor en la frente
que nacen en el pelo
y corren por el entrecejo
entre rayos de sol entretejidos a su antojo.
Se sobornan, y se empujan
y corren sin saber qué hacer con su
pellejo y se reflejan al otro lado
del otro lado
donde no saben qué hay.