domingo, 2 de junio de 2013

257


A Nancy se le rompía el alma en pedazos mientras veía tras la reja un gorrión saltando
volando de miga en miga,
quedando casi atrapado en un vaso de poliestireno añejo.

Mientras tanto, Candy no conseguía llorar porque se hacía inexorablemente mayor.
Ya no era tiempo de excusas.
El plan que tenía entre manos estaba diseñado para un fracaso seguro.
Y con él entre las manos, no conseguía llorar.
Apoyaba lánguida la cabeza en cualquier parte y se dejaba mecer, dormir, desenfocar.

A Nancy, a veces, la fuerza de la gravedad le tiraba en horizontal.

A Candy se le condensaba la humedad del ambiente en las paredes de su estómago de cristal.




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