_ Si no tienen cigarros, que fumen porros.
Dicho esto, salió de aquella boca una cascada de piedras que me llevaron en su desbocada inercia hacia el delta de un río de mi propia sangre. Allí nadé sin descanso hasta que el aire empezó a estar demasiado viciado, tan tóxicas mis bocanadas de aire como de sangre.
Desperté cuatro horas y treinta y siete minutos después, con ganas de arrancarme la espalda y la luna llena observándome por la ventana abierta.
Elevar el precio del opio del pueblo terminará por sublevarnos a todos.