martes, 7 de junio de 2011

Agujeros negros




Así me hallaba yo, arrodillada ante el televisor apagado y con la mirada perdida en sus interiores. Hasta que se me ocurrió meter la cabeza dentro. Entonces me di cuenta de lo hambrienta que estaba, me rugía el estómago cual felino cabreado. Oteé como pude la oscuridad líquida de aquel lugar y cuando la negrura amenazaba con saciar sus carencias conmigo, se materializaron unos labios ante mí. Labios finos, deliciosamente delicados. Se abrieron de par en par y comunicaron a la nada:

_ Si no tienen cigarros, que fumen porros.

Dicho esto, salió de aquella boca una cascada de piedras que me llevaron en su desbocada inercia hacia el delta de un río de mi propia sangre. Allí nadé sin descanso hasta que el aire empezó a estar demasiado viciado, tan tóxicas mis bocanadas de aire como de sangre.

Desperté cuatro horas y treinta y siete minutos después, con ganas de arrancarme la espalda y la luna llena observándome por la ventana abierta.

Elevar el precio del opio del pueblo terminará por sublevarnos a todos.